viernes, 3 de febrero de 2012

HOJA 84

Del Libro de Job


Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que la vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha. (Job 7) Primera Lectura

Del Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios. (Marcos 1, 29-39) Evangelio



Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados

Alabad al Señor, que la música es buena;

nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El sana los corazones destrozados, venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas,

a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Dios es grande y poderoso,

su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes,

humilla hasta el polvo a los malvados.

Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados



REFLEXIÓN

Es la tarea de Jesús; ella abarca el día entero y parece que la realiza cada día. Recorre y se hace presente los lugares neurálgicos del espacio de los hombres: la sinagoga, la casa y la calle. En todos ellos predica el Reino y sana a los oprimidos por el mal. Lo hace con tal fuerza y autoridad que los primeros en darse cuenta de ello son los agentes del mal, aquellos que nos esclavizan y hunden. A todos nosotros que, de alguna manera, podemos repetir las palabras de Job. No negamos nuestra dignidad ni abdicamos de la responsabilidad de culminar nuestras posibilidades y destino, pero experimentamos penosamente nuestra condición humana, la estrechez de nuestros límites y el lastre abrumador de nuestra finitud que, en ocasiones, apaga toda esperanza. Así, El aparece como el Salvador, el que anuncia y abre el Reino de Dios, su llegada a nosotros, su acción transformadora en nuestras vidas. Por los efectos de estas liberaciones, descubrimos la hondura de nuestros males y la extensión de sus acciones. Nos dice el texto que la enferma de fiebre se puso a servirles. Lo que Jesús ha realizado sobre ella es mucho más que librarle de una gripe o neumonía, le ha infundido un estilo de vivir; ella se ha afianzado en una vida servicial, oferente y entregada. Ha empezado a acoger el Reino anunciado.

Cuando somos capaces de “ver” esto, nos invade el deseo de buscarlo más, nos muerde con mayor intensidad la pregunta: ¿quién es éste? Y no nos conformamos, aun siendo acertada, con las respuestas del catecismo, sino que le buscamos más, como indica Pedro. Este lo encuentra, apartado, en la soledad poblada por la presencia de Dios –eso es orar-. El Jesús que nos va describiendo y desvelando san Marcos vive en intimidad con el Padre. Para Él Dios es alguien enteramente familiar y, por ello, le dedica tiempo exclusivo. Desde esa relación íntima, El sigue su tarea de anuncio y liberación. Conviene que nos acerquemos más a Él.

Nos deja una inquieta perplejidad la insistencia con la que Jesús conmina a los espíritus malignos a no revelar su identidad. ¿Es que no quiere dejarse conocer? ¿O es que quiere que su filiación divina no se confunda con un hombre exitoso? ¿Será que el éxito, tal como lo entendemos y conocemos, es lo opuesto al reino de Dios? Seguro que si estamos atentos y dejamos a un lado nuestros prejuicios –más numerosos de los que creemos- podremos, domingo tras domingo, con la escucha atenta y orante de su Palabra, responder a estas preguntas; mejor aún, a conocerle mejor, a seguirle mejor.

NOTICIAS

Nos parece que es de interés y que tiene relevancia el volver, de nuevo, a subrayar un aspecto importante de la situación demográfica de nuestra Unidad de Pastoral (El Arco, Aldearrodrigo, Almenara, Palacios, Torresmenudas, San Pelayo, Santiz, Valverdón y Zamayón). Hemos dado ya datos muy significativos sobre la creciente despoblación que está sufriendo. Ahondando un poco más en esta toma de conciencia, queremos comunicaros otro apunte que nos ayude a reflexionar. Durante los dos últimos años (2010 y 2011), hemos tenido, en nuestra Unidad, justos 50 entierros y sólo 14 Primeras Comuniones. Es un dato grave e incuestionable que nos sobrecoge. Pero lo agrava aún más la perspectiva que nos indica que, lejos de invertirse esta tendencia, va a aumentar. No todos de los 50 residían últimamente entre nosotros, sin embargo sí que todos tenían una íntima vinculación con nuestros pueblos y muy probablemente la inmensa mayoría de ellos formaban parte del censo.

CHISTES

*Manolo, ¿quieres ser testigo de Jehová?

- ¡Coño! ¡Pero si ni siquiera he visto el accidente!

*La mujer, después de estacionar el coche, le pregunta al marido:- Mi vida, ¿me he quedado muy separada de la acera?

El marido le contesta: - ¿De cuál de las dos?

*¿Cuánto tarda un hombre en cambiar un rollo de papel higiénico? No se sabe, nunca lo han hecho.

*¿Por qué los chistes de las mujeres siempre ocupan dos líneas? Para que los entiendan los hombres.

VIDA DE SANTA ÁGUEDA



Nacida en Palermo o tal vez en Catania (Italia) alrededor del año 230. Recibió la palma del martirio por defender su ideal cristiano, su honor y su pureza

Los padres, nobles e ilustres la consagraron a Dios desde sus primeros años, mas Quinciano, gobernador romano de Sicilia, atraído por su singular belleza física la asediaba constantemente a los efectos de satisfacer sus bajos instintos. La recluyó un mes en casa de una mujer llamada Afrodisia, que tenía cinco hijas, todas de conductas lascivas, con el propósito de que renegara de su decisión de guardar virginidad.

Como no logró su objetivo quiso que apostatara de su fe e incluso ordenó que la torturaran con el máximo rigor, a todo lo cual Águeda respondía con firmeza y alegría. Enfurecido el impío gobernador mandó que le oprimieran los pechos brutalmente y luego se los cortaran, enviándola nuevamente a prisión y privándola de alimentos y atención médica.

Confortada por el auxilio del Señor y curada milagrosamente ( se dice que la visitó san Pedro), fue conducida una vez más ante el cruel funcionario quien determinó que desnuda fuera arrojada sobre las brasas ardientes y después recluida en un lóbrego calabozo donde luego de una ferviente oración expiró.

Según se cuenta, en ese mismo instante se detuvo la devastadora erupción del Monte Etna y cesaron los terremotos que venían azotando a Sicilia



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