sábado, 2 de junio de 2012

HOJA 98


Del Libro del Deuteronomio:


Habló Moisés al pueblo y dijo: Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los mandamientos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre. (Deuteronomio 4, 32-40) Primera Lectura

De la carta de san Pablo a los Romanos:

Hermanos: los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8, 14-17) Segunda Lectura

Del Evangelio según san Mateo:

En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28, 16-20) Evangelio



Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

La palabra del Señor es sincera,

Y todas sus acciones son leales;

Él ama el derecho y la justicia,

Y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo,

El aliento de su boca, sus ejércitos,

Él lo mandó y surgió.

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad



REFLEXIÓN

Conforme pasan los años por nosotros, ciertamente que adquirimos –sin duda alguna- mayor finura en algunas facetas de nuestra personalidad: la paciencia, experiencia, reflexión, calma… Pero también no pocas de nuestras facultades van menguando: el vigor físico, la fortaleza de nuestras rodillas, la vista, la agilidad mental… Entramos en un declive; posiblemente la decadencia más grave sería perder por completo la memoria; no saber quiénes fuimos, no recordar quiénes nos acompañaron en el pasado; que se hayan borrado en nuestra mente y corazón las huellas de quienes nos quisieron y amaron, a quienes reconocimos como amigos, hermanos, padres. Esta es una de las desgracias más grandes que pueden azotar a cualquiera de nosotros. Pues bien, la desdicha mayor que puede alcanzar a un cristiano es perder la memoria de Dios. Que Dios se haya borrado de su mente y de su corazón. Avivando, espoleando esa memoria de Dios es como comienza Moisés su exhortación al pueblo, que hoy nos ha llegado como primera Lectura. Haz memoria.

Todo el Año Litúrgico es hacer memoria de Dios. La Iglesia se alimenta haciendo memoria de Dios, recordando la obra de Dios ha hecho en ella y a través de ella, por eso se siente querida y perdonada, se ha de sentir rejuvenecida y enviada. En cada generación y en cada momento del transcurso del tiempo. Necesitamos recobrar la memoria de Dios. Al que nombrábamos al santiguarnos desde pequeñitos. Al que con alma pura le rezábamos en silencio, en familia y en la doctrina. Hacer memoria de Dios que infundía, mes tras mes, el deseo de acercarnos a la primera Comunión. Hacer memoria de Dios que infundía alegría en nuestros rostros y corazones, pese a considerables penurias, cuando con devoción aprendíamos las bienaventuranzas, las obras de misericordia y gozosos –con qué poquito!- practicábamos algunas de ellas. ¡Qué necesario es hacer memoria de Dios! Sí, del Dios vivo y verdadero, ante el cual dos enamorados os habéis unido sacramentalmente en fidelidad de amor, abiertos al regalo de otras vidas en medio de las vuestras. Memoria de la ayuda de Dios, de su presencia en la imagen de los hijos nacidos y criados con su ayuda, con el aliento de su fuerza para educarlos y guiarlos por el camino de Dios. Hacer memoria de Dios. De Aquel que con suavidad unas veces, otras con medicinal aspereza, nos inculca en la Confesión el camino del sacrificio, abnegación, esfuerzo, honradez, disponibilidad y elegante educación para afrontar y superar peligros, serias dificultades y posibles desvíos; todo ello arropado por su bondad y misericordia, perdón y gracia. Memoria de Dios que nos ha dado fortaleza para cerrar piadosamente los ojos de nuestros mayores y esperanza en la vida eterna. ¿O es que hemos perdido la memoria de Dios?

NOTICIAS
+ El próximo domingo, fiesta de Corpus Christi, es también el día de Caritas. Una ocasión propicia para afianzar nuestro compromiso de amor, en torno a Jesús Eucaristía, comununión. Dar gracias a Dios por todas y cada una de las personas que desarrollan una labor desinteresada y generosa, sean cuales sean las formas de colaboración: trabajadores, voluntariado, socios, donantes… El lema de este año: Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir nos insta a un estilo de vida más humano y evangélico, que nos lleva a dar pasos concretos y comprometidos. Quiere, ante todo, apelar a nuestro compromiso personal y social. No permitamos que esta gravísima crisis económica que atravesamos nos deshumanice y hiele nuestros corazones.

+ El miércoles 30 de mayo dimos cristiana sepultura en Palacios a Teófilo Rivas Fernández del Campo. Descanse en paz.

CUENTO: EL ZORRO MUTILADO

Fábula del místico árabe Sa´di:

Un hombre que pasaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca.

El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios, y se dijo a sí mismo: "Voy también yo a quedarme en un rincón confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito".

Así lo hizo durante muchos días, pero no sucedió nada y el pobre hombre ya estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una voz que le decía: "Oh, tú que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la verdad, sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado".

Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: "¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?".

Durante un rato Dios guardó silencio, pero aquella noche, de improviso, me respondió: "Ciertamente que he hecho algo, te he hecho a tí".

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