sábado, 26 de mayo de 2012

HOJA 97




De los Hechos de los Apóstoles


Todos los discípulos estaban pasando juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.” (Hechos2, 1-11) Primera Lectura.



De la 1ª carta de san Pablo a los Corintios:

Hermanos: Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, a pesar de ser muchos, son un mismo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. (1ª Corintios 12, 3-13) Segunda Lectura

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.


Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;


luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,


rregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,


gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.


Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro;


mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,


lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,


doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.


Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;


salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.



REFLEXIÓN

Desde la primera página hasta la última de la Sagrada Escritura, todo el decir sobre Dios es un balbuceo. Este se hace más patente cuando escribe y hablamos acerca del Espíritu Santo. Nuestras palabras sobre Él, como aquellas que usa el bebé para comunicarse, son balbucientes; sólo la madre, en sintonía vital de amor, las va descifrando, comprendiendo. Ellas llenan de alegría y asombro los corazones de los padres. Algo así nos sucede cuando nos disponemos a hablar sobre el Espíritu Santo, que es Dios y, por ende, Misterio insondable. Quienes tienen la dicha de ser inundados por Él, quienes conscientemente lo respiran, esos santos conocidos y los muy numerables desconocidos por nosotros, cuando han hablado y hablan de Él, lo hacen usando figuras poéticas que expresan una parte, necesariamente siempre incompleta, de la grandeza de su Ser, de su Misterio. La mayoría de las veces, valiéndose de su hacer, de lo que Dios realiza en nosotros, vislumbramos –balbuceamos- la realidad de su ser misterioso. Alguien, cuyo nombre desconocemos, ha dado esa oración tan hermosa, la Secuencia, que la los cristianos rezamos en el día de hoy antes de la proclamación y escucha del Evangelio.

Cada una de esas figuras –Padre amoroso, luz que inunda, consuelo-

evoca en nuestra memoria situaciones, bien diarias, que nos acompañan en la vida y que aligeran el peso de la existencia. Así, y mucho más, es el Espíritu Santo. Descanso, tregua, brisa, gozo. Es verdad que son palabras que vienen definidas en el diccionario, pero cuando las pronunciamos y nos servimos de ellas expresan la carga de nuestra experiencia, están asociadas a acontecimientos, normales o extraordinarios, relacionados con nuestro pensar, sentir y vivir. Riego que fertiliza, salud, aseo y belleza… hacen de nuestra vida algo hermoso y alegre; nos dan libertad y vigor, entusiasmo y esperanza. Si a la muerte la asociamos con la frialdad, Él es calor de vida.

Durante estas últimas semanas os hemos invitado a suplicar el Espíritu Santo; hoy lo hacemos con mayor énfasis. Esta oración, la Secuencia, puede servirnos para ello. Leámosla despacio y calma, meditémosla con sosiego y detenimiento, recémosla con insistencia. Cuanto más la deletreemos, más descubriremos su riqueza, las fibras de nuestra sensibilidad alcanzarán mayor finura. Nuestra fe, esperanza y caridad se afianzarán.

NOTICIAS

+El pasado domingo, fiesta de la Ascensión del Señor, fue ordenado presbítero, en la catedral, Andrés González Buenadicha. Es el más reciente sacerdote que tenemos en nuestra Diócesis. Es motivo de gran alegría para todos y ocasión propicia para que sigamos pidiendo al Señor, dueño de la mies, que envíe obreros a su mies.

+ El pasado 19 tomó su primera comunión Lucia en Palacios del Arzobispo. Enhorabuena.

+ Este domingo 27 presentamos en Palacios del Arzobispo 3 imágenes restauradas de la Virgen bajo las advocaciones del Monte, del Rosario y la Dolorosa. El presupuesto total ha sido 3776 euros. Agradecemos las colaboraciones que ya hemos recibido y las que vengan.


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