domingo, 12 de diciembre de 2010

HOJA 41

LA PALABRA DE DIOS


“Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilante, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”. (Isaías 35, 3-4) (Primera Lectura)

“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor… Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor”. (Santiago 5, 7.10) (Segunda Lectura)

“Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti.” Mateo 11, 7-10. /Evangelio)

PLEGARIA



En verdad queremos darte gracias, Señor, Padre santo,

Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.

A quien todos los profetas anunciaron,

la Virgen esperó con inefable amor de Madre,

Juan lo proclamó ya próximo

y señaló después entre los hombres.

El mismo Señor nos concede ahora

prepararnos con alegría

al misterio de su nacimiento,

para encontrarnos así, cuando llegue,

velando en oración y cantando su alabanza.





AL HILO DE LA PALABRA

Sucede con harta frecuencia que las realidades que nos llegan se quedan muy por debajo de lo que habíamos esperado. Ello nos hace sufrir, crea en nosotros desaliento. Y en esas ocasiones, que no son pocas, nos encontramos en una encrucijada: optar por la rebeldía y el abandono, o por la paciencia y la activa perseverancia en la espera. Esta última dirección, en un cruce de caminos, fue la elegida por los profetas, aquella a la que nos emplaza Santiago en su carta. Ha de ser nuestra senda, la vereda por la que camina el cristiano todos los días, aquélla de la que el Adviento es tiempo de entrenamiento.

Somos portadores de un mensaje de salvación, que tiene un nombre muy concreto: Jesucristo. Los creyentes lo afirmamos con certeza segura, pero nos vemos obligados a vivirlo, en no pocas ocasiones, de forma dramática; no vemos los frutos de nuestra sembradura, nos sentimos heridos, ridiculizados; como si los acontecimientos que nos rodean desmintieran tozudamente nuestro mensaje de salvación. Es como la situación de Juan Bautista, encarcelado. Sin embargo, es en esa situación de prisionero, antesala de la decapitación, cuando sobre Juan cae la sublime alabanza aprobatoria de Jesús: Sí, más que profeta. Muy probablemente nos hallamos envueltos por situaciones que ponen a prueba la certeza de nuestra fe; vemos cómo nuestros hijos y nietos la abandonan, cómo triunfa el desenfreno y la codicia, cómo a la vulgaridad y tonta vanidad se les denomina glamour, cómo se olvida, pasado el primer impacto, a los desdichados y maltratados, cómo cada uno busca su interés y se machaca agriamente a quienes, con sinceridad y sin componendas, aman y buscan la verdad, la concordia y el bien de todos. Perseverar con paciencia y abiertos a Dios será nuestra primera tarea; desear conocerlo más y mejor -¿eres tú el que ha de venir?- ha de ser una constante creciente en nosotros. ¡Cuánto nos enseña el Adviento! ¡Qué pena si lo dejamos terminar sin que haya empapado nuestra vida: nuestra forma de pensar, de sentir… de apoyarnos confiadamente en Dios, que llega, que permanece!

LA SOLEDAD POSITIVA

Hay una soledad buscada, pero hay otra soledad que padecemos con dolor y a la que pueden habernos llevado las circunstancias vitales y personales. La mayoría de las veces no elegimos vivir en soledad, pero sí está en nuestra mano decidir cómo queremos vivirla y cómo queremos llenarla; cómo disponernos para que ese lugar desértico pueda ser transformado en tierra de gracia.



DISPOSICIONES PARA VIVIR LA SOLEDAD

Silenciar

¡Cuántas veces repetimos ese gesto...! Llegamos a casa tras una jornada de trabajo y encendemos la tele «para que nos haga compañía», decimos, o nos sentamos delante del ordenador y «viajamos» sin rumbo y en cuestión de segundos al otro lado del planeta. Nos dejamos bombardear por una información sin filtros, y acabamos nutriendo nuestra soledad de vidas ajenas, olvidando que las raíces de nuestro árbol están plantadas junto a aguas caudalosas y buenas (Sal 1).

El silencio nos incomoda, porque exige de nosotros cierta pasividad a la que no estamos acostumbrados; pero cuando «callamos» desde dentro, se silencia nuestro ego, todas nuestras hambres y nuestras codicias. Entonces la soledad va disponiendo en nosotros un espacio precioso para la interioridad. En ese gran silencio, en el encuentro desnudo con lo que somos, con nuestra verdad, contactaremos con Aquel de quien recibimos el aliento, y lenta y agradecidamente, acallados ya todos los ruidos, nuestra vida se tornará compromiso, ofrenda y entrega. El silencio y la interioridad son lugares de paso necesarios y obligados que nos han de llevar de la soledad a la comunión, pues ahí aprendemos a acoger nuestro latido más profundo y a escuchar el gemido del Espíritu en los gritos y en los cantos de nuestros hermanos y hermanas... Será la música callada en la soledad sonora...



Permanecer

Vivimos en un tiempo de cambios rápidos. Casi todos los productos que consumimos son desechables, y lo de ayer hoy ya está desfasado y pasado de moda. Permanecer pacientemente podría parecer contracultural. Y cuando la soledad nos acecha, la tentación es la de emprender una huída hacia adelante, lejos de nosotros mismos y de ese lugar de vulnerabilidad, «consumiendo» nuevas experiencias que tapen ese vacío.

No será fácil sostener este tiempo, mantener el pulso, a rostro descubierto, con las circunstancias que nos han llevado hasta aquí. Pero permanecer en fidelidad al tiempo de los dolores y del parto nos llevará a gustar con alegría la presencia cierta e inasible de Dios, que irrumpe en lo escondido de este tiempo y de este momento llenándolo de luz y de presencias. Entonces podremos hacer memoria agradecida del camino que nos ha llevado de la desolación a la comunión. Y permanecer pacientemente junto a nosotros mismos nos llevará a permanecer junto a los vulnerados de nuestro mundo, a quienes tal vez tenemos muy cerca, con la firme convicción de que ellos también son llevados con amor.



Desplegar

¿Quién no recuerda aquellos bichitos de bola con los que tanto nos gustaba jugar cuando éramos niños? En cuanto uno los tocaba, se cerraban automáticamente sobre sí mismos, y así permanecían hasta que se sentían fuera de peligro. Son como aquella mujer encorvada del Evangelio que vivió dieciocho años replegada sobre sí (Lc 13,10-17). Cuando nuestra vida es tocada por la herida de la soledad, nuestra tentación es esa: replegarnos sobre nosotros mismos, reservarnos, protegernos, proyectar en los otros nuestro dolor. Pero el dinamismo de Jesús y de su Espíritu es otro: nos toca con ternura, desata nuestros miedos y nos libera de la sensación de andar pidiendo permiso; nos llama a liberar nuestra energía, los dones recibidos, desde la conciencia de nuestra fragilidad, pero también desde la urgencia de que algo de Dios no será dicho si no lo hacemos nosotros.



Muchos registros de nuestras vidas permanecen dormidos y aguardan a ser expresados; toda la bondad que nos habita espera a desplegar... ese rostro de Dios que solo cada uno de nosotros puede encarnar y hacer concreto. En este viaje de vuelta a casa, que la soledad posibilita, quizá descubramos la perla preciosa que nuestra tierra esconde y que hace rica y valiosa nuestra existencia.

La bendición que se nos va regalando no es solo para nosotros, que, heridos de soledad, somos enviados a aquellos que padecen soledades, sino para desvelar y alumbrar también en ellos una Presencia Amorosa.

Y en este largo éxodo descubriremos, al final, que nuestra vida es portadora de otras existencias, que nuestra soledad nunca es una soledad vacía, porque formamos una unidad misteriosa con cada creatura y con cada ser humano en este mundo preñado de Dios. (PATRICIA HELVIA S.T.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

HOJA 99

En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos to...