viernes, 25 de junio de 2010

HOJA 28

DE LA CARTA DE SAN PABLO A LOS EFESIOS


Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad; no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la Ley se concentra en esta frase: “amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley.

…………….

El Señor es mi lote y mi heredad

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;

yo digo al Señor: “Tú eres mi bien.”

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,

mi suerte está en tu mano.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré.

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

me alegría perpetua a tu derecha.

El Señor es mi lote y mi heredad.



ORACIÓN

Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad.

A PROPÓSITO DE LA PALABRA

Libertad es la condición del bautizado, del que ha sido revestido de Cristo que no es esclavo sino Hijo del Padre en el Amor del Espíritu. La libertad verdadera, de la que nos escribe san Pablo, antes que un ejercicio es un estado, el marco vital en el que uno reside. En ese estado o ámbito de vida nos ha asentado el Creador; más aún, a esa condición nos ha incorporado Cristo Jesús con su muerte y resurrección; al hermanarnos a Él, nos hace libres que es la condición propia del hijo frente a la del esclavo.

Así como lo constitutivo que enmarca y colorea a la familia no son únicamente los genes sino, muy singularmente, el amor conyugal, paternal, maternal, filial y fraternal, de igual modo lo constitutivo de la libertad es el amor que reside y colorea el ser y quehacer del hombre. Así como un casado puede perder su condición de tal, al enviudar, de modo similar el hombre libre puede rebajarse a esclavo cuando prefiere el egoísmo al amor, cuando confunde, en su mente y corazón, la libertad con la arbitrariedad, con lo que me da la gana, con lo que “me pide el cuerpo”. Esclavo del deseo, frente a la llamada a la libertad, el hombre tal se erige en “señor” frente a sus semejantes; esclavizado él, comienza a esclavizar; se enseñorea sobre los demás. De esa forma, no se implanta la libertad sino el desorden; no se revitaliza a la sociedad sino que es maltrata; no florece la educación y el respeto sino el desprecio y la altanería; no son sendas para la paz y la concordia sino fuente de belicismo y violencia… ¿Acaso no lo vemos? Cuando los hombres, nosotros, no conocemos otro deber que el puro deseo y a él nos entregamos en cuerpo y alma, a él se adhiere nuestra mente y le confiamos nuestro corazón… vivimos en la “carne” –no se refiere con este término san Pablo a la sexualidad- que es lo que se opone al Espíritu de la libertad.



NOTICIAS

Desde finales del mes de noviembre del año pasado nos ha venido acompañando semanalmente esta hojita. Durante buena parte de esta época vacacional va a tomarse un descanso. Esta página de la Unidad Pastoral agradece una vez más la buena acogida que le dispensáis. Os desea a todos un feliz verano y que disfrutéis de la llegada de los familiares que vendrán a pasar algunas semanas. Muchas gracias y hasta pronto.




CUENTO PARA EL VERANO

Morir en el gallinero

Una vez un campesino, que andaba por la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un huevo extraño. Era demasiado grande para ser de gallina. Además, habría sido difícil que este animal hubiera llegado hasta allá arriba para depositarlo. Y resultaba demasiado pequeño para ser de avestruz.

No sabía de qué era, pero decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, lo entregó a su mujer, que justamente tenía una pava empollando un nido de huevos acabados de colocar. Viendo que más o menos era de la medida de los otros, también lo colocó con los demás huevos.

Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los caparazones los pavos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de los recién nacidos. Y aun así se trataba de una cría de cóndor. Sí señor, de cóndor. Aunque había nacido con el calor de la pava, la vida le venía de otra fuente.

Como que no tenía dónde aprender otra cosa, la bestia imitó lo que veía hacer. Piulaba como los otros pavos, y seguía a la pava en busca de gusanos, semillas y desperdicios. Hurgaba la tierra, y a saltitos trataba de arrancar las frutas maduras de los árboles. Vivía en el gallinero, y tenía miedo a los gatos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que el ama de casa echaba en el patio, tras las comidas. Por la noche subía a las ramas del algarrobo por miedo a las alimañas. Vivía haciendo lo que veía hacer a los otros.

A veces se sentía algo extraño. Sobre todo cuando tenía la oportunidad de estar solo. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandadas, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que le pueda impresionar, es contestada inmediatamente con una sonora burla. Cosa muy típica de estas aves, que pese a ser grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un estremecimiento en lo profundo de su ser. Algo así como un antiguo llamamiento que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no conseguían distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. Y él, ¿por qué no volaba así? El corazón le latió, precipitado y ansioso.

Pero, en este momento, se le acercó otro pavo que le preguntó qué estaba haciendo. Se le confió y le explicó lo que había visto y qué había sentido. El pavo se rió y le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban para otra cosa. Tenía que ser realista. Lo importante era ir a un lugar donde hubiera mucha fruta madura y todo tipo de gusanos.

El pobre animalito, desorientado, se dejó sacar de su encantamiento y siguió al otro animal que lo volvió al gallinero. Volvió a su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que le hacía sentirse extraño.

Nunca descubrió su auténtica identidad de cóndor. Y viejo, un día murió. Sí, lamentablemente murió en el corral de los pavos como había vivido.

¡Y pensar que había nacido para las cumbres!

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