viernes, 12 de noviembre de 2010

HOJA 37

LECTURA DEL PROFETA MALAQUÍAS


Mirad que llega el Día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el Día que ha de venir –dice el Señor de las Huestes-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un Sol de Justicia que lleva la salud en las alas.



El Señor llega para regir la tierra con justicia.

Tocad la cítara para el Señor,

suenen los instrumentos:

con clarines y al son de trompetas,

aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,

la tierra y cuantos la habitan,

aplaudan los ríos, aclamen los montes

al Señor que llega para regir la tierra.

El Señor llega para regir la tierra con justicia.




Oración

Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, Creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por Jesucristo nuestro Señor.

REFLEXIÓN

Con la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, que celebraremos el próximo domingo, se cierra un ciclo litúrgico, llamado también Año Litúrgico. Esa recapitulación del Año litúrgico nos invita a considerar la culminación de toda la obra salvadora de Dios, efectuada por Cristo, principio y fin. Por ello, durante estas últimas semanas, la comunidad eclesial, mediante la Liturgia que celebramos, presta atención preferentemente a la culminación de la historia de la Humanidad. En el lenguaje bíblico, se expresa con los términos: el día aquel, el día del Señor, aquel día, el día de Cristo… Todos los profetas anunciaron ese momento como día de Juicio: liberación o condena, salvación o muerte.

Con imágenes y símbolos, el profeta Malaquías se fija en ese Día de esperanza y salvación y de destrucción de los enemigos. Esta perspectiva, pese a ser connatural al ansia de verdadera justicia que anida en el corazón de cada humano, sólo se entiende y acepta por la fe. Esa especial intervención divina: “Este es el Día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” hay que esperarla con fe confiada y paciente y trabajando honradamente, nos dice san Pablo.

Aunque indudablemente el final feliz de la Humanidad –de la que formamos parte- es obra de la misericordia divina, no es menos cierto que requiere nuestra colaboración; de nuestra fidelidad al Evangelio. Este seguimiento fiel se prueba y consolida a través de la perseverancia en medio de la adversidad; contrariedades que nos pueden llegar –la vida es muy compleja- desde todos los ángulos, incluidos los familiares. La persecución –la más nociva es la de gante blanco- no doblegará nuestros ánimos si reconocemos al Señor como nuestra verdadera defensa, si su Palabra sigue tiempo la lámpara de nuestros pasos y su Amor el motor de nuestras manos.

COLABORACIÓN

Hay muchas definiciones sobre la vida, muchas. A mí me gusta especialmente esta: LA VIDA ES CAMINO. Que la vida es camino quiere decir muchas cosas. Por ejemplo, que ya hemos recorrido un trecho. Unos más largo, tienen más cerca su horizonte; otros más corto, vislumbran todavía un largo trecho por recorrer porque les acompaña la juventud. Todos, la sensación de dinamismo. La vida nos exige, como caminantes, estar siempre alerta, renovar la ilusión, no estancarnos demasiado porque en ese caso la vida se hace un peso difícil de llevar. Y además, ligeros de equipaje, vaciados de lo superficial.

Ahora que el otoño está en su apogeo y va a quedarse durante algún tiempo entre nosotros tenemos que disfrutar del color tan variado y hermoso que nos regala. La vida es también color amarillo y ocre; es contraste permanente. Y sólo en el contraste tenemos elementos para extasiarnos ante tanta belleza. Recorramos el camino juntos, en compañía, para que la travesía –la vida es también travesía- sea más grata. Por algo Dios creó al hombre: varón y mujer. Y por algo Jesús enviaba a sus discípulos de dos en dos. Hagamos juntos el otoño y dejemos que él nos haga a nosotros. Nada hay más prometedor que una interacción entre el hombre y otoño, siembra e ilusión, camino y proyecto, abrazos y pasos.

Y cuando, como por arte de magia, menos lo esperemos nos visitará un invierno decidido, lleno de dureza y de manos frías, pero necesario para la vida que es camino. En invierno se siembran las mejores promesas que acaban de cuajar en la primavera. Tenemos tiempo por delante para aguardar la culminación del domingo sin ocaso. ¡Nos ponemos en camino! Eso sí, toda cosecha necesita su siembra en el tiempo oportuno.

A. Fernández Barrajón

ANÁFORA


Nos unimos ahora, Padre Dios, en esta acción de gracias a las muchas comunidades cristianas dispersas por el mundo.

Juntos todos bendecimos tu nombre

y proclamamos que eres un Dios bueno y amoroso.

Te damos las gracias por ser como eres.

Creemos que estás en nosotros, dándonos vida y energía, y queremos manifestarte a los demás repartiendo amor y vida, para que quienes aún no creen en ti, te conozcan y te quieran.


Gracias, Dios santo, porque te has revelado a través de Jesús, de quien has dicho con satisfacción de Padre que es tu hijo amado.

Nos alegra saber que hoy goza en tu compañía,

pero sabemos que antes de esa gloria,

hubo una vida puesta al servicio de quienes más lo necesitaban, que quienes le acompañaron en su camino no fueron los grandes de la tierra

sino unos modestos discípulos y los pobres y marginados de su pueblo.

Nos dio ejemplo de sencillez, de austeridad, de buen corazón.

Recordando la muerte de Jesús,

creyendo y anunciando su resurrección,

te pedimos, Padre, que nos envíes tu espíritu

y fortalezcas nuestra voluntad de servicio.

Nos has encomendado que escuchemos a Jesús, que es tu palabra.

Por favor, abre bien nuestros oídos porque queremos oírle sin ruidos, y abre nuestros ojos para verle, porque él te encarnó en su vida.

Ten por seguro, Señor, que queremos anunciar su buena nueva, fielmente, sin desvirtuarla. Queremos ser sus testigos.



Bendice a nuestra Iglesia, para que entendamos finalmente que no se trata de montar grandes tiendas que reflejen tu magnificencia

sino de contribuir con humildad, junto a tanta buena gente que hay por el mundo, a que sean más felices todos los seres humanos.



Gracias, Señor, por haber acogido contigo

a nuestros familiares y amigos difuntos.

Dales fuerza y salud a nuestros hermanos enfermos.

Sintiéndonos hermanos de tu mejor hijo Jesús, anclados en él, te bendecimos ahora, Padre Dios,

como queremos hacerlo por toda la eternidad.

AMÉN.



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