sábado, 12 de marzo de 2011

HOJA 51


LA PALABRA DE DIOS


Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos. (Romanos 5, 19) Primera Lectura

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero Él le contestó diciendo: Está escrito: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: También está escrito: no tentarás al Señor, tu Dios.

Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto.

Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían. (Mateo 4, 1-11) Evangelio



Misericordia, Señor, hemos pecado

Por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes lejos de tu rostro,

no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,

afiánzame con espíritu generoso.

Misericordia, Señor, hemos pecado



REFLEXIÓN

Nadie de nosotros puede decir que es sincero, si no hemos pasado por la prueba de tener que decir la verdad a costa de nuestro dolor o pesar; nadie de nosotros puede decir que es pacífico hasta el momento en que haya respondido amablemente ante un agravio, ataque o insulto. Ese momento, esa prueba es la tentación; cuando alguien o una circunstancia nos coloca en la situación de decidir por el bien o por el mal. Cada día, en no pocos momentos y lugares, pasamos por la tentación. Cuando sucumbimos ante ellas y optamos por el mal nos hacemos pecadores; cuando las vencemos realizando el bien, resultamos ser santos. El Evangelio agrupa y escenifica en esta página las tentaciones que Jesús tuvo a lo largo de su existencia terrena, mientras anunciaba el Reino, realizaba signos que lo señalaban, trataba con las gentes, cuando iba recorriendo las aldeas y ciudades y… en la cruz; le acompañaba la tentación. Como a nosotros.

Por eso las tentaciones que sufrió desvelan también cuáles son las nuestras. Con facilidad podemos descubrir algunas muy importantes, tales como endiosarnos, querer colocar a Dios a nuestro servicio, gusto o deseo; mandarle a Dios. Tales como querer hacer de su Reino y de su plan salvador un reino de jauja, exento de todo esfuerzo y responsabilidad. Tales como, una vez endiosados, acaparar y triunfar a costa de los demás, rebajándolos y aprovechándonos de ellos. De ese modo, a espaldas de Dios, determinamos qué es lo bueno, que coincidirá siempre con mi gusto y capricho, eso sí, siempre cambiantes conforme al interés egoísta de cada instante. Así es bueno lo que a mí me guste; es verdad lo que a mí me convenga. Ahí radican las manifestaciones externas del mal: codicia, violencia, individualismo, corrupción, mentira…

Jesús es el Santo, el que obedeció –nos dice la segunda Lectura-; por ello lo miramos para descubrir cómo venció él la tentación que le acompañó cada día. Jesús, en pobreza de corazón, negándose a sí mismo –como dirá un día- opta por el Bien desde quien era el centro de gravedad de su vida, desde Quien le acompañaba con su Amor; no era otro mas que Dios, el Padre y su proyecto salvador para todos los hombres. Actúa desde su palabra que era el “alimento” de su existencia; el único que merece y se le debe adoración, servicio y amor. Con sencilla confianza filial se pone en sus manos y, desde la oración intensa y humilde, descubre cuál es su voluntad. Seguir estos pasos de Cristo, Maestro y Modelo, es recorrer el itinerario cuaresmal. Feliz Cuaresma a todos.

Oración

Fortalécenos, Señor, con tu auxilio al comenzar la Cuaresma para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por Jesucristo nuestro Señor.



NOTICIAS

+El pasado martes 8 enterramos en Santiz a Eduardo Escribano Hernández y a su hijo Rafael Escribano Hernández. Descansen en paz.

+De todos nosotros es conocido el lamentable hecho de cómo aumenta la inseguridad ciudadana, de forma singular en las viviendas urbanas y de las zonas residenciales. Desde hace algún tiempo los templos y ermitas están sufriendo diversos robos o intentos de ello. Sólo en el mes de febrero en todo el territorio nacional en más de 200 iglesias se ha robado. Estos hurtos, en la inmensa mayoría de los casos, han sido perpetrados por rateros comunes, simples cacos. Hasta no hace mucho el móvil preferente, casi exclusivo, ha sido sustraer el dinero de las colectas o lampadarios; sin embargo actualmente crece de forma alarmante, como móvil del asalto, el llevarse objetos sagrados: patenas, custodias, cálices… fabricados con metales nobles (oro, plata..), que, por la crisis económica, se han revalorizado en gran medida sus precios en metálico. Según informes elaborados por organismos dependientes del Ministerio del Interior, no se descarta que estén formándose ya bandas semiprofesionales y organizadas. Indudablemente ello nos debe poner a todos, muy especialmente a los párrocos, sobre aviso, en doble dirección. Por un lado extremar el cuidado de nuestros templos y, por otro, buscar la forma más adecuada y segura de que nuestros bienes parroquiales estén bajo custodia firme. La Diócesis sigue intentando hallar y poner a nuestro servicio modos y espacios que garanticen la conservación y uso, cuando se precise, de los objetos sagrados que nos son propios. Sería una pena grande y un mal irreparable que, por un descuido evitable por parte de todos nosotros, nos quedáramos privados de bienes que, aun siendo de la Parroquia, forman parte de la imagen y enseña de nuestros pueblos.

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