viernes, 22 de abril de 2011

¿Quién es aquel Caballero


herido por tantas partes,

que está de expirar tan cerca,

y no le socorre nadie?



«Jesús Nazareno» dice

aquel rétulo notable.

¡Ay Dios, que tan dulce nombre

no promete muerte infame!



Después del nombre y la patria,

Rey dice más adelante,

pues si es rey, ¿cuándo de espinas

han usado coronarse?



Dos cetros tiene en las manos,

mas nunca he visto que claven

a los reyes en los cetros

los vasallos desleales.



Unos dicen que si es Rey,

de la cruz descienda y baje;

y otros, que salvando a muchos,

a sí no puede salvarse.



De luto se cubre el cielo,

y el sol de sangriento esmalte,

o padece Dios, o el mundo

se disuelve y se deshace.



Al pie de la cruz, María

está en dolor constante,

mirando al Sol que se pone

entre arreboles de sangre.



Con ella su amado primo

haciendo sus ojos mares,

Cristo los pone en los dos,

más tierno porque se parte.



¡Oh lo que sienten los tres!

Juan, como primo y amante,

como madre la de Dios,

y lo que Dios, Dios lo sabe.



Alma, mirad cómo Cristo,

para partirse a su Padre,

viendo que a su Madre deja,

le dice palabras tales:



Mujer, ves ahí a tu hijo

y a Juan: Ves ahí tu Madre.

Juan queda en lugar de Cristo,

¡ay Dios, qué favor tan grande!



Viendo, pues, Jesús que todo

ya comenzaba a acabarse,

Sed tengo, dijo, que tiene

sed de que el hombre se salve.



Corrió un hombre y puso luego

a sus labios celestiales

en una caña una esponja

llena de hiel y vinagre.



¿En la boca de Jesús

pones hiel?, hombre, ¿qué haces?

Mira que por ese cielo

de Dios las palabras salen.



Advierte que en ella puso

con sus pechos virginales

una ave su blanca leche

a cuya dulzura sabe.



Alma, sus labios divinos,

cuando vamos a rogarle,

¿cómo con vinagre y hiel

darán respuesta süave?



Llegad a la Virgen bella,

y decirle con el ángel:

«Ave, quitad su amargura,

pues que de gracia sois Ave».



Sepa al vientre el fruto santo,

y a la dulce palma el dátil;

si tiene el alma a la puerta

no tengan hiel los umbrales.



Y si dais leche a Bernardo,

porque de madre os alabe,

mejor Jesús la merece,

pues Madre de Dios os hace.



Dulcísimo Cristo mío,

aunque esos labios se bañen

en hiel de mis graves culpas,

Dios sois, como Dios habladme.



Habladme, dulce Jesús,

antes que la lengua os falte,

no os desciendan de la cruz

sin hablarme y perdonarme.



Poemas de Lope de Vega

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