Del primer libro de Samuel
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy. Fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Respondió Elí: No te he llamado; vuelve a acostarte. Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. El se levantó y fue adonde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy, vengo porque me has llamado. Respondió Elí: No te he llamado, vuelve a acostarte. Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue adonde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy, porque me has llamado. Comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: Anda, acuéstate; y si te llama alguien responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha.” Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y el llamó como antes: ¡Samuel, Samuel!. El respondió: Habla, Señor, que tu siervo te escucha. Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. (1 Samuel 3, 3-10.19) Primera Lectura
Del evangelio según san Juan
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas (que significa Pedro) (Juan 1, 35-42) Evangelio
REFLEXIÓN
En el evangelio de san Juan predomina el lenguaje simbólico frente al palpable y al significado inmediato de las palabras. Jesús les dirige a aquellos que se acercan una pregunta que, aunque parece muy concreta, es de mucha amplitud y abarca también el sentido de la existencia, la orientación de todo movimiento ¿Qué buscáis? A Andrés y a su compañero debió de desconcertarles, pues le contestan con otra pregunta: Maestro, ¿dónde vives? Pese a que el texto nos dice que vieron dónde vivía, no nos especifica si el lugar era una gruta, una chabola o… la intemperie. Podemos decir que nos hallamos ante un lenguaje simbólico que prescinde de las realidades materiales y nos abre la mente a horizontes amplios. Parece seguro que ellos corrieron tras él, después que Juan ha señalado a Jesús como el Cordero de Dios. No es temerario pues deducir que aquellos dos buscan a Dios. Y la respuesta de Jesús: “venid y lo veréis” es una forma sencilla y contundente de asegurarles que con Él lo encontrarán.
Es el proceso y esencia de la fe: aceptación afectiva a una llamada, es la orientación de la voluntad propia a secundar la indicación divina. “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” Esa llamada tiene su fuente y origen principales en Dios. La fe tiene su origen y fuente principales en aceptación libre de aquella por parte del creyente. Pero esto rarísima vez –por no decir, nunca- sucede a palo seco. En el nacimiento y proceso de la fe Dios se vale de unas mediaciones ciertas, aunque no siempre claras, para invitarnos a esa fe. E igualmente nosotros necesitamos de unos medios para desarrollar y potenciar nuestra fe. De Elí, que no enderezó a sus depravados hijos, se sirvió Dios para que el joven Samuel respondiera a Dios con súplica y abriendo sus oídos: “Habla, Señor, que tu hijo escucha” Del Bautista se valió Dios para indicar a aquellos dos discípulos suyos quién les llevaría al encuentro con Dios. Uno de ellos, Andrés, fue el elegido por Dios para suscitar la llamada a Simón Pedro.
Hoy es lo mismo. A través los sacramentos con los que el Señor ha dotado a su Iglesia, de personas (no necesariamente buenas), de acontecimientos (no siempre edificantes), de momentos cotidianos (sin relumbre especial) Dios sigue hablándonos, llamándonos y suscitando en nosotros la determinación de decirle libremente: Habla, Señor, que tu hijo-a escucha. ¿Dónde vives? Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. También hoy, como en tiempos de Elí, del Bautista, de Andrés podemos ser instrumentos dóciles para mediar entre Dios y los hombres; para que todos lleguemos, por Jesucristo, al encuentro con Dios.
COMO ENTRÓ EL DINERO EN EL MUNDO
Se cuenta que, hace mucho tiempo, los hombres pensaban constantemente en la muerte. No disfrutaban de lo que comían, ni de lo que bebían, por la obsesión constante día y noche con la idea de la muerte y del Ángel de la muerte. ¿Por qué? Porque aún desconocían el amplio mundo de las ideas. Las ideas y los pensamientos que nos preocupan hoy no existían en aquella época. A medida que los hombres de entonces envejecían, sus cuerpos iban quedando cada vez más descarnados, porque es sabido que las reflexiones sobre la muerte consumen la carne del hombre. Y cuando morían los hombres, los gusanos no encontraban nada para comer en las tumbas de los seres humanos.
Un día los gusanos decidieron quejarse ante el Señor Dios. - Dueño del Universo -le dijeron-, cuando nos creaste nos dijiste que comeríamos carne. Pero ¿dónde está la carne? Los hombres mueren delgados como clavos. ¿Quieres que nos alimentemos de sus huesos? - Tenéis razón, queridos gusanos -les dijo el Señor Dios-. Voy a pedir consejo a los ángeles.
Los ángeles reflexionaron sobre la queja de los gusanos. Llegaron a la conclusión de que tenían toda la razón. Que habían sido creados para comer carne.
¿Qué podía hacer el Señor Dios? Escuchó la sugerencia de los gusanos, e introdujo el dinero en el mundo.
Y el hombre se puso a comprar, y a vender por doscientos lo que había comprado por cien. Se apasionó por la compra y la venta, hasta olvidarse completamente de la muerte. La preocupación del hombre estaba totalmente volcada en el dinero. Estudiar y trabajar para ganar dinero. Salir para gastar dinero. Hacer guerras para tener más dinero. Vender lo que fuese y a quien fuese para conseguir más dinero.
Y con los dineros ganados, el hombre empleaba la mitad en comprar mercancías y la otra mitad en adquirir alimentos. Y durante todo el día se decía y se repetía: «¿Cómo me las arreglaré para ganar más dinero? ¿cómo haré para gastar las ganancias?» Y el hombre comía y engordaba. Se divertía y engordaba. Compraba de todo y engordaba. Al mismo tiempo el alma se encogía, se disolvía, y en muchos casos desaparecía.
Tanto, que actualmente, cuando muere un hombre, los gusanos se alegran y dan gracias a Dios por su gran misericordia.
Parroquias de Almenara, Valverdón, San Pelayo de Guareña, El Arco, Santiz, Palacios del Arzobispo, Zamayón, Aldearrodrigo, Torresmenudas, Valdelosa y Topas.
sábado, 14 de enero de 2012
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