sábado, 24 de marzo de 2012

HOJA 91

De la carta a los Hebreos


Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. (Hebreos 5, 7-9) Segunda Lectura

Del Evangelio según san Juan

En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora, mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si para esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu Nombre.” Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno, otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.” Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Juan 12, 20-33) Evangelio

¡Victoria! ¡Tú reinarás!

¡Oh Cruz, tú nos salvarás!

El Verbo en ti clavado, muriendo, nos rescató.

De ti, madero santo, nos viene la redención.

Extiende por el mundo tu Reino de salvación. Oh cruz, fecunda fuente de vida y bendición.

Impere sobre el odio tu Reino de caridad.

Alcancen las naciones el gozo de la unidad.

Aumenta en nuestras almas tu Reino de santidad.

El río de la gracia apague la iniquidad.

La gloria por los siglos a Cristo libertador.

Su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión.

¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!



REFLEXIÓN

Denso, muy denso es este pasaje evangélico, como todos los relatos de su autor. Y no sólo denso sino también trata de varios puntos, muy importantes cada uno de ellos. Fijémonos en uno muy concreto. La metáfora de la sembradura que ha de ser enterrada para que surja la espiga granada no ha de entenderse en el sentido de las modernas ciencias naturales, sino desde la antigua concepción judía, en la que desde época temprana constituye una imagen para la fe en la resurrección. Para el hombre antiguo el proceso de la siembra y la nueva planta no era un simple proceso natural, sino algo maravilloso; sucede sin que él sepa cómo. Este símil en boca de Jesús manifiesta que él ha de morir, si quiere “llevar fruto”, si ha de tener éxito; pero también que esa muerte será fecunda. La muerte de Jesús es la muerte de la que procede todo “fruto”. De ahí que se designe como una muerte salvadora, como una muerte de la que brota la vida imperecedera, la eterna.

De ahí que se invite y se pida a todo discípulo asociar su vida a esa dinámica. Éste ha de tener aquella actitud fundamental, que es la de quien se confía por completo y sin reservas a la acción y voluntad de Dios. Para una persona así –tal ha de ser el seguidor y discípulo de Jesús-, tanto la ganancia como la pérdida se convierten en fuente de vida. “El que ama su vida” significa, aquí, el que sólo se ama a sí mismo y a su exclusiva seguridad. Por el contrario “el que odia su vida en este mundo” describe una peculiar situación existencial dominada y oprimida por la muerte; en este mundo todo termina en el muerte. Por ello, amar la vida en este mundo equivaldría, en realidad, a amar la muerte y apostar por lo mismo y, de antemano, a la carta falsa. Nadie ha dicho estas cosas con tanta claridad como Jesús. Además nadie ha sabido como Él de lo que hablaba. La hondura de estos dichos, como su propia vida, es inconmensurable. Tal vez se haya acercado un poquito Antonio Machado cuando escribió estos versos: Moneda que está en la mano / quizá se deba guardar; / la monedita del alma / se pierde si no se da.

RELATO

Hijo mío, este mundo es un mundo de signos. Necesitamos descifrar la escritura secreta. Es bueno que descubras en todo momento y que admires la belleza del mundo y que te acuerdes del acto creador. Pero a partir de un cierto instante esto no basta. Hace falta poner este esplendor en su contexto total, en su contexto relacional, a la vez doloroso y misterioso. Si has percibido que el misterio del universo lo sostiene el Amor sin límites, pero un amor inmolado por nosotros, no podrás ver las cosas como se te presentaban antes. La belleza “natural” se borra ante la visión del sacrificio del amor. Ves el sol. Piensa en el que es la Luz del mundo, velado por las tinieblas. Ves los árboles y las ramas que cada primavera reverdecen. Piensa en Aquel que, suspendido en un madero, atrae todo hacia sí. Ves las piedras y las rocas. Piensa en la piedra que, en un jardín, obstruía la entrada de un sepulcro. Fue movida y, desde entonces, la puerta de esta tumba no se ha vuelto a cerrar. Ves las ovejas y los corderos. Inocentes se dejan conducir al matadero y no abren la boca. Piensa en Aquel que, de manera única, ha querido ser el Cordero de Dios. Admiras las manchas que enrojecen la blancura de algunos pétalos. Piensa en la sangre preciosa que brotó de la pureza absoluta. Y es que tu entorno es un susurro del Amor sin límites. (Un monje de la Iglesia de Oriente)

CONFESIONES

JUEVES

18,00 ALMENARA Y VALVERDON

19,00 SANTIZ Y ZAMAYON

20,00 PALACIOS

VIERNES

17,45 EL ARCO Y SAN PELAYO

18,3O TORRESMENUDAS

19,30 ALDEARRODRIGO


¿CUÁNTAS COSAS SON NECESARIAS PARA CONFESARSE BIEN?



1.- Examen de conciencia: Es recordar todos los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.

2.- Dolor de los pecados o arrepentimiento: Es un rechazo claro y decidido del pecado cometido pensando en el amor que Dios nos tiene.

3.- Propósito de enmienda: Es la firme resolución de no volver a pecar, estando dispuestos a poner los medios necesarios para evitar el pecado.

4.- Decir los pecados al confesor: Debemos confesar todos los pecados mortales y conviene decir también los veniales Se han de confesar con humildad y sencillez, manifestando los ciertos como ciertos y los dudosos como dudosos.

5.- Cumplir la penitencia: Es rezar las oraciones y hacer las buenas obras que nos mande el confesor.

`SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION PENITENCIAL'


Para sentir la Pascua, hay que tener corazón de Pascua. Y para tener corazón de Pascua, hay que convertirse y despojarse de lo viejo, hay que comenzar a vivir con sentimientos, con amor y con corazón nuevos. Nadie llega a la cima de la montaña, si antes no ha dejado gotas de sudor o de sangre en las laderas; si no ha vencido la pereza, la comodidad y el miedo, movido por la ilusión y la fuerza de un nuevo aire de libertad.

Celebrar la renovación penitencial en Pascua, es cargar de nuevo con la mochila de la vida, apretada de pequeñas o grandes miserias, y decidirse a subir, dejando en el camino lo que inútilmente nos pesa, para correr en libertad hacia el encuentro de la cumbre, sabiendo que allí nos esperan los brazos abiertos del amor infinito del padre.

Vivir la penitencia en este tramo final de la cuaresma, es agarrarse más fuerte a la mano de los demás y, en solidaridad eclesial, ayudarse a luchar contra el pecado y convertirse, para consentir en corazón nuevo la alegría de la nueva Pascua y la nueva luz. Celebrar la reconciliación en Semana Santa es atreverse a romper las cadenas de la des-reconciliación, el odio, la guerra y la injusticia, y gritar en publicidad y signos reales, nuestra fe en la reconciliación que viene de Cristo y que, rompiendo el círculo infernal de la venganza o la unilateral exigencia, se torna en perdón abundante, para una nueva vida reconciliada.

— Encuentro interpersonal: la reconciliación con Dios y con la Iglesia se expresa por el encuentro entre el penitente y el presbítero (confesor), con los actos que conlleva de presencia, acogida, diálogo desde la profundidad, ayuda y consuelo, alegría del perdón o absolución. Es como una prolongación sacramental del encuentro del «hijo pródigo», que vuelve y es acogido por el Padre.

— El espacio de penitencia: es aquel tiempo que precede, y mejor sería que se situara entre la confesión y la absolución, en vistas a significar la separación que se ha producido por el pecado, y la necesidad de recorrer un camino de conversión para la readmisión a la comunión eclesial. Es el tiempo dedicado a la autentificación y profundización de la conversión, por obras y gestos, en la vida real.

— La confesión oral: es la expresión por palabras de la realidad del pecado y de la sinceridad de la conversión, en un gesto humilde, que nos hace reconocer nuestra verdad y nuestra esperanza. Se trata, además, de una verdadera participación litúrgica, constitutiva del mismo signo sacramental, pues si no se da (de una u otra forma) no hay sacramento pleno.

— La satisfacción de obras: es la manifestación, tanto de la verdad y realismo de la conversión y perdón, cuanto de la necesidad de continuación en la lucha contra el pecado en la vida. No se trata de un «precio por el pecado», sino de la expresión de un compromiso, que se hace realidad en la reparación, la justicia, la oración, la caridad, la reconciliación concreta con el hermano.

En conclusión, este signo, de variedad expresiva original, tiene su punto de concentración en la confesión del penitente y la absolución del ministro. Pero todos los elementos contribuyen a la verdad significante, y de forma especial la presencia de la comunidad, y la separación-reintegración de la misma.



domingo, 18 de marzo de 2012

HOJA 90


Del 2º Libro de las Crónicas


En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la Casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo de tal modo que ya no hubo remedio. (2º Crónicas 36, 14-16) Primera Lectura.

De la carta de san Pablo a los Efesios

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos. (Efesios 2, 4-10) Segunda Lectura

Del Evangelio según san Juan

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. (Juan 3, 14-21) Evangelio.



En tierra extraña peregrinos,

con esperanza caminamos,

Que si arduos son nuestros caminos,

sabemos bien a dónde vamos.

En el desierto un alto hacemos,

es el Señor quien nos convida,

aquí comemos y bebemos

el pan y el vino de la Vida.

Para el camino nos queda

entre las manos, guiadora,

la cruz, bordón, que es la vereda

y es la bandera triunfadora.

Entre el dolor y la alegría,

con Cristo avanza en su andadura

un hombre, un pobre que confía

y busca la Ciudad futura.



CONFESIONES

Pronto, muy pronto tendremos en nuestra Unidad de Pastoral momentos dedicados comunitariamente para el Sacramento de la Confesión. No sólo como preparación para el Sacramento sino también para un fecundo provecho posterior, nos parece valioso el siguiente texto de un monje de la Iglesia de Oriente que, a continuación, os brindamos:

Hijo mío, tú no sabes lo que eres. Tú no te conoces todavía. Quiero decir: no te has conocido verdaderamente como el objeto de mi amor. Como consecuencia no has conocido lo que tú eres en mí y todas las posibilidades que hay en ti. Despiértate de este sueño y ensueño malos. En ciertas horas de sinceridad tú no ves de ti mismo más que los fracasos y las faltas, las caídas y las manchas, quizá los crímenes. Pero todo esto no eres tú. Esto no es tu verdadero “yo”, tu “yo” más profundo.

Bajo todo esto, detrás de todo esto, bajo tu pecado, detrás de todas las transgresiones y de todos los delitos, yo, te veo a ti. Te veo y te amo. Es a ti mismo al que amo. No al mal que tú haces. Ese mal que no se puede ignorar, ni negar, ni atenuar. ¿Puede ser blanco lo negro? Pero, debajo, a una profundidad más grande, veo otra cosa, que vive todavía. Las máscaras que llevas, los disfraces que te pones, pueden disimularte a los ojos de otros e incluso a los tuyos. Pero no pueden esconderte ante mí. Te persigo hasta donde nadie te ha perseguido.

Esa mirada…, tu mirada que no es límpida y tu avidez febril, anhelante, por lo que te parece intenso y todas las convulsiones precarias, y tu dureza y avaricia de corazón… todo esto… lo separo de ti. Lo corto de ti. Lo arrojo lejos de ti. Escucha… Nadie te comprende verdaderamente. Pero yo, el Amor sin límites, te comprendo. ¡Podría decir de ti cosas tan grandes, tan bellas! Podría decirlas de ti: no de ese “tú” que el poder de las tinieblas ha descarriado frecuentemente, sino del tú tal como desearía que fuese, del tú que permanece en mi pensamiento e intención de amor, del tú que puede aún hacerse visible.

Haz visible lo que tú eres en mi pensamiento. Sé la última realidad de ti mismo. Haz activas las potencias que he puesto en ti. No hay en ningún hombre ni en ninguna mujer ninguna posibilidad de belleza interior y de bondad que no estén también en ti. No hay ningún don divino al que no puedas aspirar. Y tú los recibirás todos juntos si amas conmigo y en mí. Sea lo que sea lo que hayas podido hacer en tu pasado, soy yo el que rompo las ataduras. Y si rompo las ataduras, ¿quién te impide levantarte y andar?

NOTICIAS

El domingo 26 de febrero enterramos en Almenara a Antonio Noreña García. Descanse en paz. Por error en la hoja 88 pusimos otro nombre.

ORACIÓN DIA DEL SEMINARIO



Dios, Padre nuestro,

que enviaste a tu Hijo Jesucristo

para salvar el mundo:

Él sigue llamando hoy

y eligiendo a algunos de sus discípulos

para convertirlos en apóstoles de su Iglesia.

Suscita, con la fuerza del Espíritu Santo,

generosas y abundantes respuestas

a sus llamadas en las familias,

en las comunidades cristianas

y en la vida de los seminarios.

Se cumpla así la promesa,

«os daré pastores según mi corazón»:

sacerdotes, ministros fieles de la Palabra,

de la Eucaristía y del Perdón.

Que vivan siempre identificados con Cristo

y sientan ardientemente

la pasión por el Evangelio.

La santísima Virgen, Madre sacerdotal

y estrella de la evangelización, los acompañe.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén

sábado, 10 de marzo de 2012

Hoja 89

Del Libro del Éxodo:


El Señor pronunció la siguientes palabras:

Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No pronunciarás el Nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su Nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él. (Éxodo 20, 1-17) Primera Lectura

Del Evangelio según san Juan

En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “el celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.



Señor, Tú tienes palabras de vida eterna

La Ley del Señor es perfecta

y es descanso del alma;

el precepto del Señor es fiel

e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos

y alegran el corazón;

la norma del Seños es límpida

y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura

y eternamente estable;

los mandamientos del Señor son verdaderos

y enteramente justos.

Señor, Tú tienes palabras de vida eterna.



REFLEXIÓN

Una consecuencia natural y propia de la religiosidad inherente al hombre es la construcción o habilitación de ámbitos físicos para relacionarse con la divinidad. No somos una excepción los cristianos.

Desde muy pronto hemos ido construyendo espacios reservados para la oración y el culto; lugares para el encuentro con Dios y la celebración de sus Misterios. Por toda la tierra hemos levantado capillas, ermitas, monasterios, templos, basílicas; de diferentes estilos y dimensiones, de mayor o menor valor artístico, todos estos templos coinciden en lo esencial. En ellos queda plasmado el núcleo de la fe: Jesucristo. Esto –no otra cosa- es lo que diferencia a una iglesia de las demás construcciones que los hombres erigimos. No es un salón social ni un sitio para el mero encuentro de amigos y vecinos. La estructura misma de una iglesia se pone al servicio de unos signos y símbolos que especifican y remiten al mismo Jesucristo.

Entrar en el templo es adentrarse a Él, encontrarse con Él. Todo cuanto hay en cualquier iglesia parroquial significa la presencia del Señor y su acción salvadora para con nosotros. Él es quien lava nuestra suciedad y miseria en el agua bendita, en la pila bautismal y en confesionario. Desde éstos nos asocia a su vida en alabanza a Dios Padre y servicio amoroso a nuestros prójimos. Él mismo es quien nos habla desde el ambón, al ser proclamada su misma Palabra que nos exhorta y orienta en la vida. No otro fuera de Él es quien ha levantado la mesa que nos congrega, donde su vida y persona nos alimenta, vida y persona que, en sacrificio, se ofrece al Padre por nosotros. Él es quien está en el Sagrario y permanece como luz perenne con nosotros y viático para el duro peregrinaje terreno. A Él crucificado es a quien primero vemos al mirar, signo del Amor eterno del Padre para con nosotros; en su muerte y resurrección nos ha hecho hijos del Padre y hermanos, como son los demás santos que hallamos en cualquier iglesia, entre los que destaca María Santísima, ejemplos y abogados nuestros, que nos instan a vivir, como ellos, en fidelidad al Evangelio, formando parte del Cuerpo de la Iglesia, del cual Jesucristo es la Cabeza. Jesucristo es el templo.

Esa realidad y sentimiento han de presidir nuestra entrada en el templo. Hemos de entrar y permanecer en él con cortesía santa. Nadie nos va a echar a latigazos si nos falta esta cortesía para con Dios. Pero ya es una desgracia ser descortés. El mero hecho de entrar en la iglesia, con sentido verdaderamente religioso, es un acto de conversión, de vuelta a Dios, de dejarse encontrar por Él. Ocasión propicia también para, lejos de cualquier vano cuchicheo o distracción evitable, escucharle y hablarle, suplicarle y desahogarse, entregarse y pedir más amor. ¿Seremos capaces de recrear un clima así? ¿Acaso no está en nuestras manos favorecer y facilitar que sea así? Quiera Dios que, al salir del templo, símbolo de Jesucristo mismo, nuestro interior haya encontrado paz y serenidad, resuello y alegría, decisión y coraje, mayor fe, esperanza y caridad.

NOTICIAS

Dimos cristiana sepultura en Santiz a Ángel Mayor Álvarez el 2 de marzo. Descanse en paz.

Dimos cristiana sepultura en Almenara de Tormes a Emiliano Álvarez del Campo el 8 de marzo. Descanse en paz.



ORACIÓN DIA DEL SEMINARIO



Dios, Padre nuestro,

que enviaste a tu Hijo Jesucristo

para salvar el mundo:

Él sigue llamando hoy

y eligiendo a algunos de sus discípulos

para convertirlos en apóstoles de su Iglesia.

Suscita, con la fuerza del Espíritu Santo,

generosas y abundantes respuestas

a sus llamadas en las familias,

en las comunidades cristianas

y en la vida de los seminarios.

Se cumpla así la promesa,

«os daré pastores según mi corazón»:

sacerdotes, ministros fieles de la Palabra,

de la Eucaristía y del Perdón.

Que vivan siempre identificados con Cristo

y sientan ardientemente

la pasión por el Evangelio.

La santísima Virgen, Madre sacerdotal

y estrella de la evangelización, los acompañe.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.



sábado, 3 de marzo de 2012

Hoja 88

Del Libro del Génesis


En aquellos días Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: “Abrahán”. Él respondió: “Aquí me tienes”. Dios le dijo: “Toma a tu único hijo, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré”. Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo: “Abrahán, Abrahán!”. El contestó: “Aquí me tienes”. El ángel le ordenó: “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo”. Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrifico en lugar de su hijo. (Génesis 22, 1-9) Primera Lectura

Del Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, sólo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. (Marcos 9, 1-9) Evangelio

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.


Quiero ser tu vidriera,


tu alta vidriera azul, morada y amarilla.


Quiero ser mi figura, sí, mi historia,


pero de ti en tu gloria traspasado.


Mas no a mí solo,


purifica también a todos los hijos de tu Padre


que te rezan conmigo o te rezaron,


o que acaso ni una madre tuvieron


que les guiara a balbucir el Padrenuestro.


Transfigúranos, Señor, transfigúranos.


Si acaso no te saben, o te dudan


o te blasfeman, límpiales el rostro


como a ti la Verónica;


descórreles las densas cataratas de sus ojos,


que te vean, Señor, como te veo.


Transfigúralos, Señor, transfigúralos.


Que todos puedan, en la misma nube


que a ti te envuelve, despojarse del mal y revestirse


de su figura vieja y en ti transfigurada.


Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.


Transfigúranos, Señor, transfigúranos.



REFLEXIÓN

Es indudable que la imagen de que nuestro Dios, el Dios vivo y verdadero, sea un bárbaro sanguinario es tan falsa como inaceptable. El que este relato tenga un lugar tan destacado en la Escritura santa obedece, entre otras causas, a dos motivos. Por una parte, el autor quiso mostrar que Dios rechaza los sacrificios humanos, práctica no infrecuente en el entorno de Israel; y por otra, al precio de un esquema menos dificultoso y escandaloso para el espíritu de aquel tiempo que para el nuestro, quiere subrayar de forma muy explícita la fe de Abrahán. La fe de Abrahán es ejemplar, se convierte en paradigma de todo el Antiguo Testamento. La actitud activa y obediente de Abrahán demuestra que cree a Dios lo suficientemente poderoso y fiel para cumplir sus promesas, incluso a pesar de la negación, por encima de la muerte. Confiarse a El siempre es acierto. ¿Es así nuestra fe? Cada uno de nosotros podemos interrogarnos: ¿es así mi fe?, ¿creo en Dios de verdad, en su Palabra, en sus promesas?, ¿está el oído de mi corazón atento a lo que El me pide en cada momento, acepto sus mandatos? Quizá nunca me he preguntado esto con seriedad y me contento con exigir Misa el día de san Isidro o santa Bárbara, para conjurar pedriscos y rayos.

No debemos nosotros criticar ese, algo desviado, impulso de generosidad de Pedro en la montaña alta. Sin embargo, no podemos menos de resaltar el hecho curioso de cómo los hombres nos preocupamos siempre de construir una casa a Dios que, en cambio, ha descendido sobre la tierra precisamente para habitar en la casa del hombre. Con facilidad olvidamos que él quiere instalarse en nuestra casa, en nuestra vida, en el centro de nuestras ocupaciones diarias, en lo hondo de nuestro corazón. Sí, el corazón del hombre es el lugar preferido por Dios. Es verdad que a Dios se le halla en el templo y que también en él nos habla, mas sería un desgraciado error tenerlo como a distancia y, así, no entrara en nuestro interior. Al haberse encarnado, ha manifestado su voluntad de acompañarnos en el discurrir diario, en todas y cada una de nuestras acciones, iluminándolas y encauzándolas. Es hermoso y enteramente necesario acudir unidos en la escucha de su Palabra en el templo, celebrarlo comunitaria y fraternalmente; pero cuánta alegría y paz proporciona el saber que todas las horas, incluso en las más tenebrosas, podemos hallarlo en nuestro interior como fuerza y guía, como Maestro y Señor. Es don de su Amor gratuito. Avivar y revitalizar esta realidad es tarea propia de la Cuaresma, itinerario penitente y gozoso. La transfiguración en la montaña alta no es todavía la Luz de Luz, mas sí ya es una tenue lucecita que nos orienta en los trechos oscuros –que no son pocos- del camino de la vida. Seguir a Jesucristo, Luz del mundo, es tarea primordial en la Cuaresma.

NOTICIAS

El domingo 26 enterramos en Almenara de Tormes a Juan Francisco García Sandoval. Descanse en paz.

RELATO

No menos de seis veces, en el primer capítulo del primer Libro sagrado, te presentas, Señor, creando los días de la semana y fijando la tarde como punto de partida. La manera de contar el tiempo de los hombres de hoy no es la tuya, Señor. Los hombres, instintivamente, sitúan la mañana como comienzo de la jornada. El día comienza con la blancura del alba. Después vienen la alegría de la aurora, el alzarse del sol, la gloria del mediodía, la declinación y la sombra, la tristeza del crepúsculo y por fin la tragedia física y el terror de las tinieblas. Contigo, Señor, no es así. Tú proclamas que primero hubo una tarde y a continuación una mañana. Tu día comienza en el atardecer, en la oscuridad nocturna y se mueve hacia la mañana, hacia la luz, hacia el resplandor de la zarza ardiente y del sol de mediodía. Así nuestro amor, siempre comenzando, siempre tan débil, incierto y amenazado irá abriéndose hacia la claridad del amor sin límites. Sin duda, la tarde volverá. Pero un abismo separa la visión de una jornada que desciende hacia la noche y la de una jornada que sube hacia la mañana. Lo que importa, Señor, es el sentido que Tú le das al movimiento de los días. Del orden que siguen, haces para nosotros un símbolo. Desde el comienzo has orientado la evolución del tiempo hacia tu plenitud luminosa. Tú nos orientas hacia la luz de la mañana, hacia Ti, que eres la Luz. (Un monje de la Iglesia de Oriente)



HOJA 99

En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos to...