Del Libro del Éxodo:
El Señor pronunció la siguientes palabras:
Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No pronunciarás el Nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su Nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey, ni un asno, ni nada que sea de él. (Éxodo 20, 1-17) Primera Lectura
Del Evangelio según san Juan
En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “el celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Señor, Tú tienes palabras de vida eterna
La Ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Seños es límpida
y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Señor, Tú tienes palabras de vida eterna.
REFLEXIÓN
Una consecuencia natural y propia de la religiosidad inherente al hombre es la construcción o habilitación de ámbitos físicos para relacionarse con la divinidad. No somos una excepción los cristianos.
Desde muy pronto hemos ido construyendo espacios reservados para la oración y el culto; lugares para el encuentro con Dios y la celebración de sus Misterios. Por toda la tierra hemos levantado capillas, ermitas, monasterios, templos, basílicas; de diferentes estilos y dimensiones, de mayor o menor valor artístico, todos estos templos coinciden en lo esencial. En ellos queda plasmado el núcleo de la fe: Jesucristo. Esto –no otra cosa- es lo que diferencia a una iglesia de las demás construcciones que los hombres erigimos. No es un salón social ni un sitio para el mero encuentro de amigos y vecinos. La estructura misma de una iglesia se pone al servicio de unos signos y símbolos que especifican y remiten al mismo Jesucristo.
Entrar en el templo es adentrarse a Él, encontrarse con Él. Todo cuanto hay en cualquier iglesia parroquial significa la presencia del Señor y su acción salvadora para con nosotros. Él es quien lava nuestra suciedad y miseria en el agua bendita, en la pila bautismal y en confesionario. Desde éstos nos asocia a su vida en alabanza a Dios Padre y servicio amoroso a nuestros prójimos. Él mismo es quien nos habla desde el ambón, al ser proclamada su misma Palabra que nos exhorta y orienta en la vida. No otro fuera de Él es quien ha levantado la mesa que nos congrega, donde su vida y persona nos alimenta, vida y persona que, en sacrificio, se ofrece al Padre por nosotros. Él es quien está en el Sagrario y permanece como luz perenne con nosotros y viático para el duro peregrinaje terreno. A Él crucificado es a quien primero vemos al mirar, signo del Amor eterno del Padre para con nosotros; en su muerte y resurrección nos ha hecho hijos del Padre y hermanos, como son los demás santos que hallamos en cualquier iglesia, entre los que destaca María Santísima, ejemplos y abogados nuestros, que nos instan a vivir, como ellos, en fidelidad al Evangelio, formando parte del Cuerpo de la Iglesia, del cual Jesucristo es la Cabeza. Jesucristo es el templo.
Esa realidad y sentimiento han de presidir nuestra entrada en el templo. Hemos de entrar y permanecer en él con cortesía santa. Nadie nos va a echar a latigazos si nos falta esta cortesía para con Dios. Pero ya es una desgracia ser descortés. El mero hecho de entrar en la iglesia, con sentido verdaderamente religioso, es un acto de conversión, de vuelta a Dios, de dejarse encontrar por Él. Ocasión propicia también para, lejos de cualquier vano cuchicheo o distracción evitable, escucharle y hablarle, suplicarle y desahogarse, entregarse y pedir más amor. ¿Seremos capaces de recrear un clima así? ¿Acaso no está en nuestras manos favorecer y facilitar que sea así? Quiera Dios que, al salir del templo, símbolo de Jesucristo mismo, nuestro interior haya encontrado paz y serenidad, resuello y alegría, decisión y coraje, mayor fe, esperanza y caridad.
NOTICIAS
Dimos cristiana sepultura en Santiz a Ángel Mayor Álvarez el 2 de marzo. Descanse en paz.
Dimos cristiana sepultura en Almenara de Tormes a Emiliano Álvarez del Campo el 8 de marzo. Descanse en paz.
ORACIÓN DIA DEL SEMINARIO
Dios, Padre nuestro,
que enviaste a tu Hijo Jesucristo
para salvar el mundo:
Él sigue llamando hoy
y eligiendo a algunos de sus discípulos
para convertirlos en apóstoles de su Iglesia.
Suscita, con la fuerza del Espíritu Santo,
generosas y abundantes respuestas
a sus llamadas en las familias,
en las comunidades cristianas
y en la vida de los seminarios.
Se cumpla así la promesa,
«os daré pastores según mi corazón»:
sacerdotes, ministros fieles de la Palabra,
de la Eucaristía y del Perdón.
Que vivan siempre identificados con Cristo
y sientan ardientemente
la pasión por el Evangelio.
La santísima Virgen, Madre sacerdotal
y estrella de la evangelización, los acompañe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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