De la carta a los Hebreos
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. (Hebreos 5, 7-9) Segunda Lectura
Del Evangelio según san Juan
En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora, mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si para esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu Nombre.” Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno, otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.” Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Juan 12, 20-33) Evangelio
¡Victoria! ¡Tú reinarás!
¡Oh Cruz, tú nos salvarás!
El Verbo en ti clavado, muriendo, nos rescató.
De ti, madero santo, nos viene la redención.
Extiende por el mundo tu Reino de salvación. Oh cruz, fecunda fuente de vida y bendición.
Impere sobre el odio tu Reino de caridad.
Alcancen las naciones el gozo de la unidad.
Aumenta en nuestras almas tu Reino de santidad.
El río de la gracia apague la iniquidad.
La gloria por los siglos a Cristo libertador.
Su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión.
¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!
REFLEXIÓN
Denso, muy denso es este pasaje evangélico, como todos los relatos de su autor. Y no sólo denso sino también trata de varios puntos, muy importantes cada uno de ellos. Fijémonos en uno muy concreto. La metáfora de la sembradura que ha de ser enterrada para que surja la espiga granada no ha de entenderse en el sentido de las modernas ciencias naturales, sino desde la antigua concepción judía, en la que desde época temprana constituye una imagen para la fe en la resurrección. Para el hombre antiguo el proceso de la siembra y la nueva planta no era un simple proceso natural, sino algo maravilloso; sucede sin que él sepa cómo. Este símil en boca de Jesús manifiesta que él ha de morir, si quiere “llevar fruto”, si ha de tener éxito; pero también que esa muerte será fecunda. La muerte de Jesús es la muerte de la que procede todo “fruto”. De ahí que se designe como una muerte salvadora, como una muerte de la que brota la vida imperecedera, la eterna.
De ahí que se invite y se pida a todo discípulo asociar su vida a esa dinámica. Éste ha de tener aquella actitud fundamental, que es la de quien se confía por completo y sin reservas a la acción y voluntad de Dios. Para una persona así –tal ha de ser el seguidor y discípulo de Jesús-, tanto la ganancia como la pérdida se convierten en fuente de vida. “El que ama su vida” significa, aquí, el que sólo se ama a sí mismo y a su exclusiva seguridad. Por el contrario “el que odia su vida en este mundo” describe una peculiar situación existencial dominada y oprimida por la muerte; en este mundo todo termina en el muerte. Por ello, amar la vida en este mundo equivaldría, en realidad, a amar la muerte y apostar por lo mismo y, de antemano, a la carta falsa. Nadie ha dicho estas cosas con tanta claridad como Jesús. Además nadie ha sabido como Él de lo que hablaba. La hondura de estos dichos, como su propia vida, es inconmensurable. Tal vez se haya acercado un poquito Antonio Machado cuando escribió estos versos: Moneda que está en la mano / quizá se deba guardar; / la monedita del alma / se pierde si no se da.
RELATO
Hijo mío, este mundo es un mundo de signos. Necesitamos descifrar la escritura secreta. Es bueno que descubras en todo momento y que admires la belleza del mundo y que te acuerdes del acto creador. Pero a partir de un cierto instante esto no basta. Hace falta poner este esplendor en su contexto total, en su contexto relacional, a la vez doloroso y misterioso. Si has percibido que el misterio del universo lo sostiene el Amor sin límites, pero un amor inmolado por nosotros, no podrás ver las cosas como se te presentaban antes. La belleza “natural” se borra ante la visión del sacrificio del amor. Ves el sol. Piensa en el que es la Luz del mundo, velado por las tinieblas. Ves los árboles y las ramas que cada primavera reverdecen. Piensa en Aquel que, suspendido en un madero, atrae todo hacia sí. Ves las piedras y las rocas. Piensa en la piedra que, en un jardín, obstruía la entrada de un sepulcro. Fue movida y, desde entonces, la puerta de esta tumba no se ha vuelto a cerrar. Ves las ovejas y los corderos. Inocentes se dejan conducir al matadero y no abren la boca. Piensa en Aquel que, de manera única, ha querido ser el Cordero de Dios. Admiras las manchas que enrojecen la blancura de algunos pétalos. Piensa en la sangre preciosa que brotó de la pureza absoluta. Y es que tu entorno es un susurro del Amor sin límites. (Un monje de la Iglesia de Oriente)
CONFESIONES
JUEVES
18,00 ALMENARA Y VALVERDON
19,00 SANTIZ Y ZAMAYON
20,00 PALACIOS
VIERNES
17,45 EL ARCO Y SAN PELAYO
18,3O TORRESMENUDAS
19,30 ALDEARRODRIGO
¿CUÁNTAS COSAS SON NECESARIAS PARA CONFESARSE BIEN?
1.- Examen de conciencia: Es recordar todos los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
2.- Dolor de los pecados o arrepentimiento: Es un rechazo claro y decidido del pecado cometido pensando en el amor que Dios nos tiene.
3.- Propósito de enmienda: Es la firme resolución de no volver a pecar, estando dispuestos a poner los medios necesarios para evitar el pecado.
4.- Decir los pecados al confesor: Debemos confesar todos los pecados mortales y conviene decir también los veniales Se han de confesar con humildad y sencillez, manifestando los ciertos como ciertos y los dudosos como dudosos.
5.- Cumplir la penitencia: Es rezar las oraciones y hacer las buenas obras que nos mande el confesor.
`SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION PENITENCIAL'
Para sentir la Pascua, hay que tener corazón de Pascua. Y para tener corazón de Pascua, hay que convertirse y despojarse de lo viejo, hay que comenzar a vivir con sentimientos, con amor y con corazón nuevos. Nadie llega a la cima de la montaña, si antes no ha dejado gotas de sudor o de sangre en las laderas; si no ha vencido la pereza, la comodidad y el miedo, movido por la ilusión y la fuerza de un nuevo aire de libertad.
Celebrar la renovación penitencial en Pascua, es cargar de nuevo con la mochila de la vida, apretada de pequeñas o grandes miserias, y decidirse a subir, dejando en el camino lo que inútilmente nos pesa, para correr en libertad hacia el encuentro de la cumbre, sabiendo que allí nos esperan los brazos abiertos del amor infinito del padre.
Vivir la penitencia en este tramo final de la cuaresma, es agarrarse más fuerte a la mano de los demás y, en solidaridad eclesial, ayudarse a luchar contra el pecado y convertirse, para consentir en corazón nuevo la alegría de la nueva Pascua y la nueva luz. Celebrar la reconciliación en Semana Santa es atreverse a romper las cadenas de la des-reconciliación, el odio, la guerra y la injusticia, y gritar en publicidad y signos reales, nuestra fe en la reconciliación que viene de Cristo y que, rompiendo el círculo infernal de la venganza o la unilateral exigencia, se torna en perdón abundante, para una nueva vida reconciliada.
— Encuentro interpersonal: la reconciliación con Dios y con la Iglesia se expresa por el encuentro entre el penitente y el presbítero (confesor), con los actos que conlleva de presencia, acogida, diálogo desde la profundidad, ayuda y consuelo, alegría del perdón o absolución. Es como una prolongación sacramental del encuentro del «hijo pródigo», que vuelve y es acogido por el Padre.
— El espacio de penitencia: es aquel tiempo que precede, y mejor sería que se situara entre la confesión y la absolución, en vistas a significar la separación que se ha producido por el pecado, y la necesidad de recorrer un camino de conversión para la readmisión a la comunión eclesial. Es el tiempo dedicado a la autentificación y profundización de la conversión, por obras y gestos, en la vida real.
— La confesión oral: es la expresión por palabras de la realidad del pecado y de la sinceridad de la conversión, en un gesto humilde, que nos hace reconocer nuestra verdad y nuestra esperanza. Se trata, además, de una verdadera participación litúrgica, constitutiva del mismo signo sacramental, pues si no se da (de una u otra forma) no hay sacramento pleno.
— La satisfacción de obras: es la manifestación, tanto de la verdad y realismo de la conversión y perdón, cuanto de la necesidad de continuación en la lucha contra el pecado en la vida. No se trata de un «precio por el pecado», sino de la expresión de un compromiso, que se hace realidad en la reparación, la justicia, la oración, la caridad, la reconciliación concreta con el hermano.
En conclusión, este signo, de variedad expresiva original, tiene su punto de concentración en la confesión del penitente y la absolución del ministro. Pero todos los elementos contribuyen a la verdad significante, y de forma especial la presencia de la comunidad, y la separación-reintegración de la misma.
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