CELEBRACIÓN DEL
DOMINGO DE RAMOS
Hermanos: Ya desde el principio de Cuaresma nos venimos preparando para la celebración de la Noche Santa de la Pascua. Hoy nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén.
Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección.
Lector:
Como Jerusalén con su traje festivo,
vestida de palmeras, coronada de olivos,
viene la cristiandad en son de romería
a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría.
Todos: Bendito el que viene en nombre del Señor
Lector: Ibas como va el sol a un ocaso de gloria;
cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria.
Pero Tú eres el Rey, el Señor, el Dios Fuerte,
la Vida que nace del fondo de la muerte.
Todos: Bendito el que viene en nombre del Señor
Lector: Tú, que amas a Israel y bencides sus cantos,
compadécete de nosotros, el pueblo de los santos;
Dios de toda bondad que acoges en tu seno
cuanto hay entre los hombres sencillamente bueno.
Todos: Bendito el que viene en nombre del Señor
Qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor.
Ya están pisando nuestros pies,
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor
Qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor…
Desead la paz a Jerusalén;
vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
en tus palacios, seguridad.
Qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor…
Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: “la Paz contigo”.
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Qué alegría cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor…
Hermanos:
El Señor mismo nos ha precedido en esta sencilla procesión; nosotros hemos venido acompañando a Jesucristo hasta esta iglesia. Hemos imitado a aquella muchedumbre de hombres, mujeres y niños que le acompañaron desde Betania hasta el Templo de Jerusalén. Nosotros, como ellos, le hemos aclamado –cantando y enarbolando los ramos de laurel- como Mesías, Rey, Redentor, nuestro Salvador, Hijo del Altísimo.
Aunque Él entró en Jerusalén a lomos de una borriquilla, hemos sabido descubrir en ese gesto al Mesías profetizado por el profeta Zacarías: “No temas, hija de Sión, mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna” (Za 9,9). El burro era entonces –y lo ha sido durante siglos- el animal de la gente sencilla y muy común en el campo, aunque ahora casi ha desaparecido. Esa fue la carroza que usó Jesús. Una carroza que, además, no era de su propiedad, sino que la había pedido prestada a un hombre cuya mayor riqueza que poseía eran la generosidad y disponibilidad.
Jesús ha querido venir así, porque no viene para ser coronado rey y señor al estilo humano. Viene, sí, a reinar; pero de un modo completamente nuevo y desconcertante: muriendo en una cruz, entregando su vida para la salvación de los hombres; de cada uno de nosotros, de todos.
Nos estamos adentrando en el núcleo central del Misterio de Jesucristo: su muerte y resurrección. La Semana Santa que iniciábamos en la Eucaristía de ayer es todo eso: la Cena que anticipa el Calvario, sacrificio por nosotros. Sacrificio es una de las palabras y realidades que peor prensa tiene hoy. La acción sacrificante, la cruz ha sido siempre la causa del rechazo al Crucificado, Señor de la gloria. Se nos insiste y propone una vida sin renuncias, en la que no haya mandatos ni normas, menos aún esfuerzo y abnegación. Se quiere la riqueza y la plenitud, el éxito que crea diferencias, que encumbra por encima; subir y escalar el cielo como derecho exigible, ser coronado por el halago o el poder. Este modo de razonar se nos presenta como atractivo y convincente. Es el viejo lenguaje de Satanás: ¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles; el jardín en vosotros empieza y termina! ¡Sois origen y señores de vosotros mismos! (Génesis 3, 1-6) ¡No tienes que responder ante nadie de la suerte de tu prójimo! (Génesis 4, 9-10).
Esta es la tentación que, hoy con mayor virulencia, nos invade. Por eso se aparta la cruz de los espacios comunes, de los ámbitos de formación, incluso dentro del recinto familiar; por ello, cada vez menos niños saben santiguarse.
Sin embargo el domingo de Ramos nos dice que el gran “Sí” de la historia ha sido pronunciado por Dios a favor del hombre. Ese favor se halla en Jesús crucificado en el Calvario, acción no de posesión de la propia vida sino de entrega en obediencia filial a Dios y de amor sin fisura a cada uno de nosotros. Ofrenda anticipada en la Cena: su vida y persona entregada y desgastada para ser alimento de Vida plena, bebida de Salvación. Amor supremo que invita a amar así, a vivir así. Ese Amor que congrega, que nos ha congregado, es anticipo del Reino glorioso, que el Padre nos da, el Hijo lo implanta y el Espíritu Santo lo alienta.
Dentro de poco lo confesaremos y rezaremos.
Pero permitidme antes que os desee una feliz Semana Santa; acudamos a las celebraciones litúrgicas. Tal vez, no podamos traer gran cosa. Quizá sólo prestar un borriquillo, el asnillo de nuestro corazón contrito y humillado, la súplica del gozo de la salvación, el deseo de alcanzar más amor para con nuestros prójimos, el anhelo de la Luz de la Vida, del Agua que nos sana y purifica.
Que estos sean nuestros deseos más vivos; supliquémoslos por intercesión de María, Virgen de la Soledad, Virgen Dolorosa, refugio de pecadores, Nuestra Señora de la Paz.
Un momento de silencio breve
.- Rezo del Credo
.- Oración de los Fieles
.- Se terminan con el rezo del Padrenuestro
.- Canto: ¡Victoria! ¡Tú reinarás!
¡Oh Cruz! ¡Tú nos salvarás!
La gloria por los siglos
a Cristo libertador.
Su cruz nos lleve al cielo,
la tierra de promisión.
.- El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal + y nos conduzca a la vida eterna. Amén
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