miércoles, 4 de mayo de 2011

HOJA 57

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro


Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que nos está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifiesta Jesucristo nuestro Señor. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación. (1ª Pedro 1, 3-9) Segunda Lectura

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Empujaban y empujaban para derribarme,

pero el Señor me ayudó;

el Señor es mi fuerza y mi energía,

él es mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente.

Este es el día en que actuó el Señor;

sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Oración

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca en este tiempo en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Por él, los hijos de la luz amanecen a la vida eterna, los creyentes atraviesan los umbrales del Reino de los cielos; porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos. Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles cantan sin cesar el himno de tu gloria.

REFLEXIÓN



Este año, todos los domingos de Pascua la Iglesia nos va alimentando con los párrafos más importantes de la primera carta de san Pedro. Los estudiosos nos ilustran afirmando que la carta es una homilía bautismal, sin que nombre muchas veces este Sacramento. Comienza este texto con un agradecido grito de júbilo a Dios por su paternidad que, por Jesucristo, nos alcanza a nosotros; nos engendró para una nueva vida, en el Bautismo que es un nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo. Es una semilla que se expande con la esperanza. Esta no es un deseo devoto, sino una realidad viviente y vital. Es verdad que la esperanza cristina tiene puesta su mira en la soberanía regia de Dios, sin embargo quiere ya comenzar a vivir y a crecer aquí en la tierra; esperanzadamente se interesa por el desamparo de los que carecen de esperanza; se esfuerza por contribuir al triunfo del bien y de la verdad cada día.

Con todo, esta vida nueva, bautismal corre el peligro de perder el camino emprendido y no lograr la meta que contiene la semilla y a la que la esperanza nos llama. Por ello, gozoso es saber que Dios mismo nos custodia; somos guardados por el Padre durante este período transitorio del tiempo. Cual fortaleza anclada en roca firme, la Iglesia entera, cada comunidad y cada bautizado, apoyados en la fe en el Padre que nos ha engendrado, avanzamos hacia la consumación y manifestación de lo que hoy es todavía invisible a nuestros semejantes. Y esta es la causa de la alegría pascual. Bien sabemos –mas conviene recordarlo- que no es la “alegría” que se experimenta con una vida disipada, presa de mil reclamos que nos empujan al consumismo, a la sensualidad, a esa especie de bienestar que da a muchos la práctica desenfocada del sexo, el alcohol, el gasto innecesario. La alegría a la que nos referimos se asemeja más a aquella que evocamos cuando, entre nosotros, comentamos: “antes no teníamos nada, pero vivíamos más alegres”. Es esa alegría que florece incluso en medio de las pruebas, ese gozo que nada en medio de una vida turbada aún por las dificultades en la fidelidad de los cristianos en un ambiente que se asemeja ya mucho al paganismo, donde lo religioso se quiere reducir a folklore, vaciándolo de la fe evangélica, y los sacramentos a puros actos sociales. Son dificultades cotidianas en la familia, trabajo, tiempo libre y relaciones sociales. La alegría se acreditará como verdadera y cristiana cuando es acrisolada –como el oro- por ese fuego de ese ambiente hostil con claros visos de paganismo. Las pullas, las habladurías y las postergaciones personales se ceban sobre los que toman en serio la obediencia humilde, el arrepentimiento de su culpas, la renuncia a la injusticia y corrupción, la práctica de la misericordia, el amor a la verdad… Sí, son aquellos a los que Jesús llama bienaventurados.

Y es que en este pasaje toca san Pedro un punto crucial del Evangelio: la alegría cristiana en medio de la misma adversidad. Esa alegría de Paz que los discípulos acogen de Jesús resucitado, sin que ella destruya la realidad de la persecución, pero sí los efectos negativos de ésta hasta el punto de apagar el gozo. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.



+ A lo largo de las próximas semanas, celebramos en algunos pueblos las fiestas patronales y en algunas parroquias las Primeras Comuniones. Esto puede causar el que haya que modificar, en esos días, los horarios establecidos para las Misas dominicales. Estamos seguros que todos comprenderéis que conviene hacerlo así. Gracias. En cada parroquia iremos avisando de los cambios que les afecte

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